Existen diversas teorías acerca de que Abraham Lincoln (1809-1865), a pesar de su gran estatura (1,90 m) y su aspecto severo, sufría de distintas patologías que lo hacían un hombre frágil, contrario a lo que uno podría pensar. Se dice que había padecido de la enfermedad de Marfan (brazos largos y valvulopatía cardíaca), de acromegalia y hasta de depresión. Sin embargo, Dale Carnegie (uno de sus biógrafos), nos señala que “la historia de la carrera de Lincoln es una de las narraciones más fascinantes de los anales de la humanidad”. El hombre que inmortalizó en Gettysburg (en 1863 en medio de la guerra civil) la definición más hermosa de democracia (“el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”) y el que abolió la esclavitud en EEUU tuvo también su vida marcada por la adversidad. Lincoln vino a este mundo inmerso en la pobreza más extrema, vivió en una cabaña de troncos y caminó de niño y de joven kilómetros para pedir libros y leerlos. Así, y solo así, finalmente obtuvo su título de abogado. Lo acompañó siempre la muerte de seres queridos a su alrededor: su madre a los 9 años, su hermana más tarde y en 1835 su primer amor, de fiebre tifoidea, y a quien no olvidaría nunca. Dicen que por poco enloqueció, pero supo salir y ya convertido en abogado de renombre se casó con Mary Ann Todd y con ella tuvo cuatro hijos varones, de los cuales solo uno llegó a la edad adulta: Robert. La melancolía, la adversidad, la angustia y la muerte siempre habrían de ser sus compañeras de ruta, inclusive ya siendo presidente, recibió no menos de 80 amenazas de asesinato. Igual defendió a capa y espada lo que él creía: la unión nacional, la emancipación de los esclavos y el lanzamiento de la conquista del Oeste. Y eso le costó la vida, con un disparo por la espalda en el cráneo y estando en un palco del Ford’s Theatre a tan solo 2 km de la Casa Blanca. Con Garfield, Mc Kinley y John Kennedy iba a ser él uno de los cuatro Jefes de Estado estadounidenses asesinados en funciones. Se puede visitar en Washington el Lincoln Memorial, y ver que es un homenaje permanente del pueblo americano a su gran presidente: monumento imponente. Pero sus restos mortales se encuentran en el cementerio de Oak Ridge (en Springfield, Illinois) donde él vivió, desde donde partió hacia la Casa Blanca y a donde regresó para su eterno descanso. En su primer discurso al asumir la presidencia había señalado sabiamente: “una casa dividida en partes antagónicas no puede subsistir. Este gobierno no puede seguir siendo permanentemente a medias esclavista y antiesclavista”. Lincoln tuvo su grieta y se resolvió con una sangrienta guerra civil. Ahora bien, en Argentina tenemos nuestra grieta y no es tan terrible ni tan intensa, pero seamos conscientes de que la historia ofrece muchos ejemplos paradigmáticos que terminaron mal. Quiera Dios que esta grieta, con la que nos hemos naturalizado ya, tenga una solución pacífica. Vivimos en una sociedad crispada y amenazada en la que los antagonismos y el nivel de agresión aflige. Sepamos superarla dialogando y acordando civilizadamente: por el bien de la Patria y el de nuestros hijos y nietos.
Juan L. Marcotullio
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